
PRINCIPIO DE REVELACION PRESIDENCIAL
El talon de aquiles del presidente pone en jaque la prosperidad de un proyecto que venia a consolidarse y cambiar el rumbo del pais. A horas de una eleccion importante, cuantos errores pueden cometerse de forma no intencional?
Leonardo Franco
10/23/202511 min read


Durante los últimos cuatro años hemos escuchado al actual presidente repetir reiteradas veces la teoría del “Principio de revelación”, haciendo referencia a cómo el oponente (en este caso, sus opositores) muestra su verdadera cara cada vez que tiene que posicionarse frente a una propuesta o proyecto presentado por el “excelentísimo” Javier Milei. Con esa decisión, el contrincante termina quedando expuesto ante el ojo público y deja en evidencia cómo “busca proteger sus intereses personales” por sobre los del bien común. Una estrategia comunicacional que le dio sus frutos durante un buen tiempo, puesto que fue real que la política, en su mayoría, se vio forzada a reorganizarse y blanquear posicionamientos ideológicos. Rearmado de partidos, renuncias, consensos inesperados, rechazo a leyes: todo benefició al relato de La Libertad Avanza, sobre todo cuando lograron llegar a la Casa Rosada. Pero hoy en día, esta teoría política parece estar siendo encarnada por el mismo relator.
Impulsar un relato político y lograr que tenga impacto e influencia en todas las áreas del sistema no es un trabajo fácil; de hecho, apenas podemos nombrar uno o dos ejemplos de relatos políticos instalados en la sociedad en las últimas décadas. Esta tarea se convirtió en un gran logro para el liberalismo local, ya que, por primera vez, lograron poner en tela de juicio muchas banderas y narrativas políticas de la dirigencia tradicional. ¿Quién pensaría, pocos años atrás, que toda la sociedad un día se pondría a debatir públicamente sobre el rol del Banco Central, los privilegios de la política, el tamaño del Estado o la emisión monetaria? Absolutamente nadie, apuesto. La dirigencia política no estuvo preparada para este cambio de paradigma. Una nutrición intelectual que Argentina absorbió en apenas uno o dos años le valió a Javier Milei llegar a la presidencia y proceder a reordenar las cuentas públicas de una manera feroz. Feroz no por ponerle un juicio de valor, sino por describir la forma rápida y contundente en que el equipo económico se puso a rediseñar el sistema cambiario, financiero y monetario. En ese sentido, poco hay para objetar: el primer objetivo —reducir la inflación y reordenar la política cambiaria— tuvo éxito. Pero ese éxito encontró un límite cuando empezó a traslucirse que, para seguir avanzando, se necesitaría un gran consenso político y una nueva manera de comunicar. Por más vueltas que se le dé al asunto, el único responsable de esto es el propio presidente, ya que, como cabeza del partido y jefe de Estado, es él quien debe asegurar que el Congreso sancione las reformas que el país necesita para un crecimiento próspero y responsable. Pero esta responsabilidad se ha convertido en el gran talón de Aquiles de Milei, quien se resiste a evolucionar y dejar atrás su espacio de confort.
Javier Milei sigue haciendo política como si todavía estuviera en campaña presidencial. El tono es el mismo: desafiante, combativo, dirigido a los propios. Se mantiene firme en la idea de que negociar y buscar consensos es mostrar debilidad o traicionar sus ideales. Ve lo que podría convertirse en una ventaja como una calamidad y, en ese afán de demostrar fortaleza, termina mostrando una debilidad e inseguridad política que día a día impactan negativamente en los mercados y en la sociedad. La realidad se lo demuestra hora tras hora. Tensión cambiaria y financiera son solo la punta del iceberg. Bajo ello hay una sociedad que, conforme pasan las horas y los días, ve en el Gobierno una situación degradante que pone en peligro la estabilidad y los planes de prosperidad a mediano plazo. Una actitud que, desde el vamos, demuestra que no está preparado para momentos de tensión electoral y política. Es como si no supiera que el país entero está a menos de una semana de las elecciones legislativas. ¿Por qué el presidente se aferra tanto a lo que le dio éxito alguna vez? ¿Por qué no hay nadie en su círculo que lo convenza de cambiar de estrategia? ¿Por qué cada vez que sale a hacer declaraciones públicas comete un nuevo traspié? ¿Por qué insiste tanto en hablarle solo a su núcleo más fiel en lugar de intentar reconquistar a ese electorado del PRO y de Juntos por el Cambio que se fue alejando después de 2023 y cuyos votos necesita más que nunca?
Si uno mira sus actos de las últimas semanas, parece que Milei sigue encerrado en su propio personaje. El ejemplo más claro fue el recital del Movistar Arena, donde presentó su libro La Construcción del Milagro. Subió al escenario entre luces, guitarras eléctricas y frases como “¡Esta es la banda presidencial!”, “¡Kuka tirapiedra!” y “¡Todavía no perdimos la guerra!”. Un show pensado para encender al público libertario y recuperar la épica que los llevó al triunfo dos años antes. Una propuesta que, además, buscó opacar la seguidilla de escándalos relacionados con Espert y Fred Machado, pero que también alejó mucho más al votante moderado de Juntos por el Cambio. Las reacciones en redes fueron apabullantes: un huracán de críticas negativas, insultos y catarsis; en definitiva, toda una serie de expresiones de repudio contra el presidente. A esto hay que sumarle las entrevistas de los últimos días: por ejemplo, en una nota en la TV Pública, Milei volvió a advertir que “si no cambia la composición del Congreso, no habrá reformas”. ¿Me equivoco si digo que, en vez de sonar a una convocatoria amplia, pareció más una amenaza al electorado? “Si no me dan más poder, todo se frena.” ¿Acaso cree que eso es una forma de convencer? ¿Sabe siquiera el presidente que, incluso arrasando en las urnas, aun así contaría con una minoría incapaz de llegar al quórum para sancionar, al menos, un par de leyes? Constantemente pareciera hablar desde el desconocimiento. Otra frase atroz que lanzo hace apenas horas fue la de "Ese dato de que la gente no llega al dia 20 del mes viene de una encuesta trucha". Realmente el presidente considera ese argumento como una respuesta valida a algo que aqueja a millones de seres humanos hace varios meses? Errores asi podrían haberse tolerado al comienzo de una campaña, pero no ahora. Se supone que hay un equipo de especialistas que asesora al presidente para evitar este tipo de traspiés. Pero no, no parece ser el caso.
La bandera principal del Gobierno es “terminar con el kirchnerismo” y su dominio en los cuerpos legislativos. Aunque comenzaron con frases más tajantes en septiembre, tras la derrota en las elecciones bonaerenses, el Gobierno apenas trató de suavizar la consigna principal. Prometió, en las primeras horas del lunes pos elecciones, un cambio en la estrategia comunicacional y en los equipos a cargo de la campaña, pero eso finalmente no sucedió. ¿Por qué al presidente le cuesta tanto desarrollar algún tipo de habilidad política? En los últimos días se sumó como protagonista de la campaña del Gobierno el mismísimo Donald Trump. Como primer aliado internacional, Trump salió públicamente a apoyar al Gobierno y a anunciar que Estados Unidos tomaría las riendas de la estabilidad cambiaria argentina. Con un swap de por medio y una oferta de “línea de crédito” futura, la administración estadounidense se puso a completa disposición de las necesidades del Gobierno de La Libertad Avanza. Casi como un salvavidas, estos anuncios impactaron rápidamente en los mercados locales y le dieron un respiro a Milei. Pero, a pesar de semejante apoyo histórico, el alivio duró poco. Apenas unos días después, los mercados continuaron desplazándose hacia activos fijos para cubrirse ante una posible devaluación pos elecciones. En medio de esta hecatombe, una serie de declaraciones desafortunadas del propio Trump dejaron traslucir cuál era la verdadera mirada del gobierno estadounidense sobre el argentino: “Si Milei no gana las elecciones, no seremos generosos con Argentina”; “Argentina se está muriendo, no tiene nada, nada la beneficia…”.
El Gobierno se niega a oír la palabra “salvataje”, pero ya no hay ningún agente de la economía que no perciba esto de esa forma. Ninguno ve en esta ayuda un plan de financiamiento y estabilización. Durante meses, el Gobierno estuvo en la búsqueda de financiamiento externo con el fin de fortalecer el plan económico-financiero, pero esta tarea, lejos de aportar estabilidad, comenzó a proyectar incertidumbre entre los inversores. Sumados los escándalos políticos desde que comenzó la campaña, la verdad es que la previsibilidad de crecimiento se derrumbó y los inversores no ven un escenario de estabilidad ni siquiera con ayuda de la máxima potencia mundial. Por otra parte, la gente está disconforme con los mensajes que a diario emergen del propio presidente o de funcionarios del Gobierno. Ninguna frase es acertada; todas muestran una desconexión total o, peor aún, suenan a falta de preparación para expresar de manera más sutil las dificultades que toca atravesar. No logran entablar un diálogo conciliador con un electorado que necesita respuestas, no consignas. Cada expresión del Gobierno suena a un eslogan prefabricado con el único fin de marcar posición, ganar titulares y obtener algún tipo de viralización en redes. Incluso cuando intentan destacar sus propios logros, lo hacen de una forma que parece recitada, repitiendo números en lugar de construir un puente que ayude a la sociedad a relacionar esos buenos resultados macroeconómicos con una expectativa de crecimiento en la micro.
¿Qué fue lo que sucedió entre el Milei de 2023, que le hablaba a la gente, y el Milei de 2025, que solo se dirige a sus fanáticos más informados y aplicados? ¿Es parte de la estrategia comunicacional confundir al electorado que lo votó con números que no entiende? Durante semanas nos hemos encontrado con declaraciones que solo apuntan al oído de la militancia. ¿Por qué el electorado “republicano” votaría a alguien que constantemente mira a un costado y actúa como si esa parte de la sociedad no existiera o no importara? ¿Hasta qué punto debemos creer que el presidente peca de ingenuidad o de ignorancia en cuestiones de habilidad política? El problema no solo surge de la pésima comunicación, sino también de los terroríficos armados en cada distrito. Cada día surge información sobre algún integrante de las listas de La Libertad Avanza que anteriormente pertenecía a espacios afines al kirchnerismo o que había mostrado férrea oposición a la candidatura presidencial de Milei. Estamos hablando de acontecimientos que tienen menos de dos años de antigüedad, no más. Y qué decir del maltrato constante a los equipos de militancia distrital que, al momento de cerrar las listas, fueron marginados o, peor aún, echados para no estorbar con las figuras puestas a dedo. He visto múltiples casos de jóvenes militantes desde 2021 que, tras años de trabajo, nuevamente se vieron marginados de tener un espacio en las listas de este año. Gente que tiene calle, conoce los barrios, tiene conexión con la sociedad y habilidades comunicacionales muy buenas. Todas herramientas completamente bastardeadas por los dirigentes más altos del Gobierno. Me atrevo a decir que pareciera haber entramados políticos que no conocemos. ¿Por qué gente que ha mostrado fidelidad al proyecto durante años es descartada para ser reemplazada por paracaidistas y oportunistas que llegaron hace dos días al espacio en busca de un cargo? ¿Qué “poder” tienen estas personas como para condicionar a Milei y su equipo y provocar que las listas sean configuradas de una manera tan poco ventajosa para el Gobierno? Estos son los puntos que ponen en duda la sinceridad que el Gobierno busca demostrar al desmentir “operaciones” o denuncias hechas por opositores. Venta de candidaturas, extorsiones, toda una serie de maniobras políticas con el único fin de garantizarse un espacio en una lista. Si todo esto fuera mentira, ¿por qué al mismo tiempo surgen denuncias de militantes exponiendo los turbios movimientos en cada distrito? Y si estas prácticas poco éticas son el pilar del espacio del presidente, ¿por qué insistir con banderas como “La casta política es siniestra” y “Parásitos del Estado”? Todos sabemos que estas prácticas llevan décadas en la política argentina, pero algo que, lamentablemente, hay que reconocerle a la dirigencia tradicional es que supo hacerlo de forma más sutil, sin venderse como paladines de la ética. Quizás el presidente deba blanquear la naturaleza de su espacio. Obviamente no va a salir a decir “sí, somos igual de inmorales que la casta”, pero mínimamente debería considerar tirar a la basura esos eslóganes, ya que, a plena luz del día, todos somos testigos de qué estrategia política eligen adoptar.
Por otro lado, cabe preguntarse qué tan real es el deseo del presidente de “destruir al kirchnerismo”. Porque una cosa es levantar una bandera y otra muy distinta es ejecutar un plan de acción para contrarrestar la influencia kirchnerista en el sector público. Desde el día uno, el presidente parece tener una clara preferencia por incluir en sus equipos de trabajo a dirigentes que provienen del kirchnerismo, motivo por el cual, apenas comenzado el gobierno, se empezaron a ver disputas y acusaciones provenientes del PRO y del antiguo Juntos por el Cambio sobre esas incorporaciones. El hecho cumbre de esta teoría se dio con las elecciones de la Ciudad de Buenos Aires, donde Manuel Adorni ganó por amplia diferencia en un distrito históricamente gobernado por el PRO. Desde entonces, el presidente y todo el Gobierno decoraron de insultos y burlas al partido presidido por Mauricio Macri, dando por “finalizada” la existencia de ese espacio. ¿Hay alguna duda de que Milei buscó desde el principio destruir y absorber todo lo posible del macrismo? Creo que no. El problema es: una vez hecho eso, ¿por qué nunca impulsó proyectos o impuso agenda para correr del camino al kirchnerismo?
Si el Gobierno tiene a disposición temáticas como la inseguridad y la corrupción para traccionar votos, ¿por qué eligió no hacerlo? Si uno realmente buscara quitarle poder a un espacio, iría a sus puntos más débiles, los expondría públicamente con la información a la que tiene acceso e impulsaría denuncias judiciales. El Gobierno tiene en sus manos una mina de oro en cuanto a información se refiere: registros, archivos, expedientes, balances… toda documentación que podría exponer el nivel de fraude administrativo que hubo durante el kirchnerismo. Pero no: el Gobierno insiste en no poner el foco ahí.
La conclusión es clara: están enamorados del personaje que crearon. Primero está la figura presidencial, su integridad y reputación, y después está el resto. Nos hartamos de ver al presidente viajar por todas partes del mundo para obtener un reconocimiento, un diploma o una foto en una cumbre. Si uno malpensara, creería que llegar a la presidencia solo fue un medio para alcanzar un fin personal. Es claro que al presidente le gusta la exposición pública, la disfruta y la fomenta. El problema es que ese nivel de egocentrismo choca con la figura ética que le toca encarnar como presidente de un país, aun mas con una situacion social tan delicada.
Tuvimos ya suficiente tiempo para criticar y analizar qué es realmente el presidente. Detractores habrá siempre; el asunto es poder estar a la altura para triunfar garantizando el bien común. ¿Quiere ganar las elecciones? De la boca para afuera escucharemos un “sí” rotundo. Pero las acciones demuestran otra cosa. Tendría que haber demostrado madurez política hace tiempo, pero eligió priorizar el show mediático y las performances en redes antes que la construcción de bases políticas que garantizaran un escenario desde el cual moverse. La gente nunca pidió imposibles; los reclamos siempre fueron nobles y claros, pero se eligió hacer oídos sordos. Nadie le pidió a Milei que dejara de ser Milei, pero tal vez podría haber ensayado algo distinto: un discurso menos épico y más político, algún gesto de apertura hacia los sectores del PRO y JxC desencantados, una muestra de madurez sin gritos ni memes. Si el presidente hubiese logrado convocar a quienes hoy dudan, no solo podría haber ampliado su base para octubre: también habría demostrado que es capaz de gobernar para todos, no solo para los que lo idolatran. A pocos días de las legislativas, y con un clima de inestabilidad profunda entre todos los actores de la sociedad, Milei parece más cómodo en su papel de rockstar que en el de presidente que busca mayorías. Centrar la estrategia en mantener el fervor de los fieles no fue buena idea. El desafío de 2025 no era ganar likes: era ganar bancas. Y para eso, el micrófono debió haber apuntado un poco más allá de su propio coro.

