NO MIRES AL FRENTE
No mires al frente (ellos se están ocupando) - El peligro de que la Democracia tenga los dias contados.
Leonardo Franco
9/3/202513 min read
"Ellos se están ocupando" - Pensamiento automático que tenemos cuando vemos una problemática social en curso. Por ignorancia o por ilusos, siempre elegimos y delegamos las responsabilidades que nos exceden a “nuestros representantes”. Aunque pocos parecen saberlo, ese es uno de los mandatos establecidos en la Constitución Nacional: “El pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución” (Artículo 22 de la CN). Pero en la práctica siempre es distinto. Uno da por entendido y hecho que realmente quienes ocupan cargos en el sector público pasan día y noche velando por el bienestar de la población. Pero, ¿sucede realmente eso? La pregunta en sí, en medio de la realidad que tenemos hoy, es ofensiva.
“No miren al frente” es un título alternativo que elijo darle a la película del 2021, No Miren Arriba, protagonizada por algunas de las más grandes figuras de Hollywood: Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence, Meryl Streep, Ariana Grande, etc. "No miren al frente" porque antes de mirar lo que se aproximaba por los cielos, habria sido ideal si primero miraban lo que tenian en frente: una secta de psicopatas sedientos de poder. En aquel film, al igual que en mi primer artículo publicado, El Día Después de Mañana, un grupo de científicos astrónomos descubre algo aterrador que se acerca a la Tierra: un cometa de 9 km de diámetro se acerca a gran velocidad al planeta y tiene fijado impactar en la costa de Chile, en tan solo unos pocos meses. A pesar de la lejanía geográfica, este cometa asegura poder destruir la totalidad del planeta, dejándola sin rastro de vida alguna. Rápidamente, el equipo de investigación trata de comunicar esto a las autoridades, pero se golpean con una dura realidad: a nadie le importa. Y ese “nadie” no hace referencia solo a la dirigencia política, sino también a los medios y, además, a la población. Obviamente, la historia retrata a modo de sátira cómo la sociedad reacciona frente a un escenario catastrófico inminente. Pero, ¿qué sucede cuando vemos que un escenario así de esquizofrénico se da en la vida real? Desearía que este artículo tratara sobre un tema menor, creciente o que solo abarca a un círculo específico de la población. Pero no, tristemente nos abarca a todos. Se trata de ir al hueso, a la columna vertebral, a las raíces, a la placa madre que la sociedad tiene en el siglo XXI. Podría hacer una reflexión de escala mundial, porque es un fenómeno que se está dando desde hace por lo menos una década, pero es menester limitarlo a lo que está sucediendo en tierra argentina. ¿Qué respuestas le está dando la democracia a los argentinos? No quiero ser reiterativo con la cantidad de datos que a diario escuchamos en los medios: pobreza, inflación, indigencia, falta de educación, sistema de salud colapsado, inseguridad en niveles desorbitantes… Lo escuchamos una y otra vez, ¿y entonces? ¿Qué es lo que está fallando, que a pesar de tener los datos en la mano, nadie hace nada? En pleno 2025, y con batalla electoral en curso, no parece haber un camino a corto o mediano plazo que vaya a cambiar. La sociedad argentina, en su mayoría, parece estar en un limbo entre pedir más Estado presente y un Estado retirado. Tenemos un huracán de consignas que responden a dos alternativas. ¿Quién es más creíble? En principio, pareciera que la propuesta de La Libertad Avanza, quien usa una motosierra para representar un ajuste enorme sobre las estructuras del Estado. Por el otro lado, tenemos un movimiento agonizante —por lo menos el político—, Frente Kirchnerista, quien promete agigantar un Estado que en los últimos 20 años no logró nada más que profundizar la deficiencia de los servicios públicos. En el medio, una sociedad que día a día no ve lógica con el pago de sus impuestos. También una sociedad que, a pesar de poner bajo la lupa la forma en que se administran los recursos, se encuentra instantáneamente con un sistema de salud y educación que cada vez sirven menos. ¿Por qué menciono estos dos ámbitos? Porque son allí donde se topan con su humanidad más cruda. Es cuando van a las 5 de la mañana a sacar un turno y no logran conseguir alguno, o cuando consiguen y ven que los doctores y enfermeros tienen a la mano herramientas e insumos de paupérrima calidad, si es que directamente no tienen nada. Cuando les toca transitar una enfermedad cuyo tratamiento se ve interrumpido por las colapsadas agendas médicas, que apenas pueden otorgarles una revisión periódica de dos veces al año. Si vamos al ámbito de la educación, el panorama parece ser más pacífico, pero a la larga termina siendo el más perjudicado. Es en el sistema de educación donde se desarrollan las personas que estarán al mando del país; nuestros hijos y nietos dependen de este sistema, y con los resultados que tenemos a mano de pésima interpretación de textos y nula comprensión de matemáticas —por nombrar las más esenciales— es que vemos que nada bien puede surgir de allí. Entonces cabe preguntarse, ¿qué sentido tiene entregar a nuestros hijos a un sistema que, por problemas de paritarias, no puede cumplir con la agenda escolar en tiempo y forma? ¿Qué si les entregamos nuestros hijos a profesores con pésima capacidad intelectual, bochornosa formación académica y, muchas veces, reprochables valores? ¿Puedo mencionar los programas educativos actuales? Estos programas son obsoletos en la actualidad; no forman a los niños con las tecnologías que integran los engranajes del mundo. No los introducen a las herramientas virtuales más básicas que el mercado laboral exige para poder acceder a un puesto de trabajo formal. Y, peor aún, no hay en pleno 2025 una formación básica en finanzas personales. El mismo sector de la sociedad que (con justa razón) reclama a diario tener garantizada una vejez digna, con un ingreso que garantice la cobertura de necesidades básicas, es incapaz de exigir al Estado un programa que prepare a los jóvenes en el armado de un proyecto financiero personal que los haga llegar al final de su edad laboral de la forma más digna posible.
Con la ausencia de estas herramientas indispensables para tener un futuro próspero, ¿qué sentido tiene levantar la bandera de la democracia si esta, en los últimos 40 años, no hizo más que hundir a su población en miseria absoluta? Democracia no es subsidiar personas que, teniendo la capacidad física, eligen no trabajar y estudiar a cambio de un “ingreso universal solidario”. Democracia no es solamente haber puesto punto final a los juicios por delitos de lesa humanidad. Democracia no es indemnizar integrantes de guerrillas armadas y dejar de lado a las víctimas de esos bombardeos y tiroteos al aire libre. Democracia no es inaugurar instalaciones que después se vuelven obsoletas por la falta de mantenimiento. Democracia no es comprar insumos y después dejarlos amontonados en depósitos lejanos al ojo público. Democracia tampoco es pagarle a docentes, médicos y enfermeros la miseria que desde hace al menos 15 años vienen cobrando. Democracia no es dejar como último debate el ingreso de quienes dan su vida para hacer cumplir un servicio público. Un policía, un integrante de las Fuerzas Armadas, un médico, un docente, no puede estar implorando que se le garantice un sueldo que les ayude a cubrir sus necesidades básicas. Son ellos quienes garantizan el orden y funcionamiento de un Estado Democrático.
Algunos podrán decir: “Eso ya lo sabemos todos”, “por eso siempre estamos velando”. Pero, ¿alcanza con ir cada dos o cuatro años a meter un papel en una caja de cartón? ¿Qué es lo que no hemos hecho en 40 años para lograr que un solo espacio político pueda elevar el nivel de alguna de las áreas del Estado que ofrecen servicios públicos? En primer lugar, recordar quiénes son los representantes directos del pueblo: diputados, senadores, concejales. Son ellos quienes tienen el deber de velar, crear y diseñar proyectos que subsanen deficiencias que el pueblo que representan está viviendo. Entonces, ¿por qué a diario nos encontramos con declaraciones y accionares de parte de estos “representantes” que solo causan repulsión y risa? Hay que decirlo con todas las letras: estos individuos se han convertido en payasos de un gran circo, el Congreso de la Nación, la Casa del Pueblo, cuyos únicos intereses por los que luchan son por los propios. Buscan encabezar listas, ganar seguidores en redes sociales, sacarse fotos en la calle, ser invitados a noticieros y radios, volverse virales por algún episodio. No hay alguno que se acerque a charlar con los vecinos comunes, de a pie, comerciantes, laburantes que usan el transporte público. No conforman un equipo de comunicación que tienda puentes con la ciudadanía, un lugar donde expresar sus problemas y preocupaciones. Pero tampoco hay que ser hipócritas: del otro lado, del lado nuestro, tampoco vemos un accionar contundente que intente obtener alguna herramienta de comunicación directa para debatir sobre problemáticas del día a día. En su lugar tenemos páginas de memes, grupos de WhatsApp, portales vecinales, todos lugares totalmente obsoletos que para lo único que sirven es para vomitar el asco que les producen sus representantes. Pero de ir a tocar una puerta al lugar donde estos legisladores “trabajan”, ni hablar. Nadie quiere meter las manos en el barro, nadie quiere proponer una idea que busque acercar al pueblo con la política. Los políticos ya sabemos que hacen presencia en épocas electorales; el asunto es, ¿por qué cuando no hay una contienda electoral, y donde más abundan las problemáticas diarias, el pueblo no busca exigir respuestas? Los únicos que se movilizan son las militancias que responden a partidos políticos más pequeños que constantemente buscan conseguir algún rédito económico o, peor aún, quienes responden a intereses extranjeros y tienen una labor que cumplir para imponer agenda. Con todo esto nombrado, no podemos sacar del foco que esta falta de voluntad por parte de la ciudadanía argentina fue exclusivamente causada por toda una dirigencia política que trabajó durante décadas para confeccionar un círculo cerrado, a modo élite, donde solo ingresan los que militan o ponen a disposición recursos que respondan a los intereses del dirigente de turno. El problema argentino fue permitir que esta élite se constituya como único actor activo para mover los hilos del país.
Ante lo expuesto, ¿podemos decir que esto es debatible? ¿Opinable? ¿Sesgado? ¿Amarillista o dramático? Hay un dato del que, por algún motivo, son pocos los que hablan y es el nivel de participación ciudadana cuando se acerca una época electoral. Hasta fines del siglo pasado, ya con dos décadas de democracia ininterrumpida, la participación electoral fue siempre alta, con un piso del 75% para las legislativas y un 80% para las presidenciales. Hoy en día los números cambiaron: para las legislativas, el nivel se encuentra en el 70% y, para las presidenciales, un 75% y bajando. De hecho, en las últimas elecciones legislativas del 2021, la participación apenas llegó al 71%, un piso histórico de la democracia. Las elecciones presidenciales del año 2023 apenas contó con un presentismo del 76%, números que no se veían desde 1983. Cabe destacar que estos números solo son del escenario general de las elecciones, sin contar las Primarias (PASO) que rigieron hasta 2021 (dicho sea de paso, la concurrencia en el 2021 fue la más baja de la historia). En 2025, con un calendario electoral en curso, ya se empezaron a ver los pésimos niveles de concurrencia en las distintas provincias del país: se promedia que la participación apenas rondó el 58%, 20 puntos por debajo del promedio histórico. Por ejemplo, en una de las ciudades más importantes del país, Santa Fe y Capital Federal registraron niveles de participación del 46% y 53% respectivamente, números jamás antes vistos en la historia. En provincias más chicas, los números fueron similares. La conclusión ya la sabemos: nadie quiere participar de un proceso donde nuestro voto no vale nada, no porque no sea considerado, sino porque quienes son electos, sea del partido que sea, nunca ponen en marcha un cambio. La situación actual puede definirse como un 2001 pero en cámara lenta, un sapo siendo cocinado a fuego lento. Nos domina la frustración, el desinterés y el miedo. Esto último es algo de lo que nadie habla: ¿quién puede querer meterse en política si estos sectores están dominados por patotas y gente con problemas psicológicos, que a modo de secta imponen sus opiniones a la fuerza? Y cuando hablo de fuerza hablo de la física, la que va cuerpo a cuerpo, la que si te tiene que tirar a un acantilado para defender “el proyecto”, lo hace. La impunidad la tienen garantizada.
“—Veamos, me han dicho que hay un asteroide, un cometa o algo así.
Háblenme de él, díganme por qué me lo cuentan. Tienen 20 minutos.
—¿20 minutos?
—Le toca, doctor, exponga.
—Un cometa de entre 5 y 10 km de ancho, que creemos que procede de la nube de Oort… que es la zona más remota del sistema solar.
—Lo que el doctor Mindi intenta decir es que hay un cometa que se acerca a la Tierra, y según la NASA, ese objeto va a caer en el Océano Pacífico, a la costa de Chile.
—¿Y qué pasará, un maremoto o algo así?
—No, será algo mucho más catastrófico.
…
—Vayamos a lo que importa, ¿cuánto va a costar esto? ¿Qué es lo que me van a pedir?
—Bien, veamos. ¿Cuándo son las elecciones del Congreso? En tres semanas, o sea que si esto surge antes perderemos el Congreso y ya no podremos hacer nada. ¡Las fechas son inoportunamente atroces! Les propongo que en este momento aguardemos y evaluemos esto.
—Después de toda la información que le hemos dado, ¿lo único que propone es esperar y evaluar?
…
—¿Sabe cuántas reuniones sobre que el mundo se acaba hemos tenido en los últimos años?… Siéntase orgulloso, doctor, por su investigación. No se preocupe, que me lo estoy tomando muy en serio…”
Así se da la conversación en la película No Mires Arriba, entre la presidenta de EE. UU. y los científicos Kate y Mindi en la Casa Blanca, donde se presentan con esta información trágica sobre el rumbo de la humanidad para las próximas semanas. Digno del género que representa, este fragmento expone la forma en que el poder ridiculiza, minimiza o censura a sus interlocutores cuando estos se presentan para pedir ayuda. ¿Qué diferencia habría con la realidad? Pocas. Por mencionar algo, que en la vida real estos intercambios pocas veces se dan con una cámara y un equipo de producción mediante. Otro condimento es que prácticamente ninguno de los mortales podemos acceder a los palacios públicos, no podemos tener reuniones con funcionarios públicos. Quienes sí podrían tenerlo —abogados, influencers, periodistas— pocos parecen tener la urgencia de comunicarle a estos funcionarios sobre la gravedad del problema que momentáneamente está azotando a la sociedad. Estos intermediarios muchas veces solo suelen prestarse de modo teatral cuando alguno de estos políticos está interesado en abrir o imponer agenda propia. ¿Qué nos queda entonces? Esperar a que un ser divino baje de los cielos e imponga, de alguna forma, orden. Porque si mencionamos a otro componente de esta sociedad, al Poder Judicial, nos encontramos con otro mural difícil de acceder. Denuncias, causas, investigaciones, cualquier tipo de canal que busque exigir una respuesta de parte del poder resulta inútil. Fiscales que no investigan, jueces que fallan a favor de los victimarios, abogados que poco se mueven para defender a sus representados. Ningún actor parece ser capaz de imponer un cambio. Entonces queda plantear: ¿para qué nos sirve hoy en día la democracia? ¿Para celebrar a modo muestra teatral la popularidad de los dirigentes políticos de moda? ¿Cuántas décadas más de paciencia debe tener la sociedad para ver si algún día uno solo de sus problemas es solucionado? ¿Qué es lo que espera la dirigencia política para accionar de forma contundente sobre al menos solo uno de los temas que desbordan al pueblo? Las alarmas están a la vista.
Sería irresponsable de mi parte cerrar este artículo sin mencionar lo que ya mencioné en mi primer artículo: la violencia política. Este factor va más allá de los enfrentamientos directos que se vienen produciendo entre militancias de distintos sectores. La violencia política ya la estamos viendo entre ciudadanos que se embarcan en discusiones hasta arriba de un tren, de un colectivo, de un subte. Cuando un indigente pide ayuda de forma efusiva, no tarda en aparecer uno o más individuos que sugieren ir a pedir ayuda a quienes realmente tienen la capacidad de ofrecer una solución. La violencia política también se está manifestando cuando vemos día a día enfrentamientos en las calles por problemas de tránsito. Individuos contra individuos peleando por la falta de una autoridad pública que ordene la circulación: por semáforos rotos, por circular a alta velocidad, por estacionar en lugares indebidos, por no respetar señales reglamentarias básicas. Este nivel de intolerancia entre individuos es producto del mensaje vomitado por la dirigencia política, pero no hay que olvidar solo es eso, un mensaje. Ejemplos tenemos de sobra de que es lo que realmente sucede detras de las camaras y transmisiones donde debaten o discuten. Por estas horas, el unico hecho que esta siendo catalogado como Violencia Politica es el explicito, el que vemos cuando golpean de puño o con objeto a una persona de entre un cumulo de interesados por el acto politico en curso. Pero y el que ataña al individuo de a pie, cuando se levanta a las 6am para ir a su trabajo o a estudiar, y se encuentra con un mundo de otros individuos con humores apaticos? Quien pone el foco en esas situaciones? Quien trabaja para prevenir o mejorar esos espacios de convivencia publica?
La democracia está en peligro, no porque se produzca un acto de conmoción social y política, sino porque tenemos a una sociedad perdida, que deambula con los ojos cerrados en medio de un caos. La democracia está en peligro porque tenemos un sistema de orden social que solo sirve para garantizar cargos públicos a narcisistas en busca de un aplauso y un par de párrafos en los libros de historia. La democracia está en peligro porque no hay ningún actor de la sociedad que esté a la altura para lograr, de forma eficiente, la reestructuración de todo lo que nos rodea. No tenemos un botón de reseteo. Somos rehenes de nuestra propia ignorancia, aquella que, por no acudir a la información más básica que caracteriza una ideología política, nos entrega en bandeja a los seres más siniestros que viven en nuestro país.

