LA HOMOSEXUALIDAD, UNA BATALLA CULTURAL DE PARES

Como la fluidez sexual en Argentina logra atravesar a todos los sectores de la sociedad sin mayores problemas. Por que ningun movimiento se atreve a hacerle oposicion?

SOCIEDADCULTURASOCIAL

Leonardo Franco

10/1/202511 min read

En términos generales, los argentinos solemos presumir de ser pioneros o, al menos, siempre destacar en alguna disciplina o campo, sea social, de entretenimiento o político. Resulta gracioso que, incluso en los aspectos negativos, solemos tener una actitud bastante egocéntrica cuando nos toca definirnos y compararnos con otros países del mundo. Agachar la cabeza y avergonzarnos no es algo que nos suela caracterizar como sociedad (un arma de doble filo, a mi criterio). Lo cierto es que, además de ser número 1 en fútbol, en cultura regional y en popularidad continental, también tenemos un hito de carácter social. Uno del que no presumimos públicamente, pero quizá del que sí, objetivamente, nos hace destacar ante nuestros vecinos una vez más. La comunidad gay en Argentina es tan grande e imponente que su aceptación en la sociedad apenas se discute.

A pesar de haber generado controversias a lo largo de los años (al igual que en otros países), sobre todo a fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI, Argentina parece haber sido pionera a nivel continental en la inclusión de la comunidad homosexual. Ya desde los años 90, la farándula local posicionaba a artistas como Carlos Jáuregui, Florencia de la V, Cris Miró, Sandra Mihanovich, y otros que, a pesar de no “salir del clóset” públicamente, no eran rechazados por su elección de vida, como Pablito Ruiz o los cantantes argentinos de Locomía. Poco a poco, la sociedad los fue incorporando a sus vidas y dejó de lado los prejuicios históricos respecto a ese movimiento minoritario.

En comparación con otros países, donde el rechazo a los gays es, a día de hoy, todavía una problemática social, en Argentina parece haberse instalado sin demasiados problemas. ¿A qué se debe este fenómeno? ¿Qué tenemos de distinto los argentinos que, incluso en activismo social, logramos destacar? Creo que el sentido del humor tan suelto de los argentinos, sumado a la gran cantidad de sketches humorísticos, como los actos de Antonio Gasalla en TV, fueron un primer paso fuerte para la instalación en medios masivos de este estilo de vida.

Un gran número de hitos a nivel político y social logrados por activistas locales en los 90, como la abolición de leyes provinciales anti-LGTB, la creación del INADI, la habilitación de asociaciones civiles integradas por personas de la comunidad para obtener personería jurídica y la apertura de clubes nocturnos LGTB friendly, generaron no solo la comodidad de las personas locales de ese colectivo, sino también la puerta de entrada internacional a un nuevo mundo de aceptación social. En 2010, este movimiento vio su punto máximo de gloria cuando se legalizó la unión civil entre personas del mismo sexo. Con el voto de cientos de legisladores, tanto del oficialismo como de la oposición de ese entonces, Argentina hacía historia a nivel mundial, posicionándose como el primer país de Latinoamérica en aprobar el “matrimonio igualitario” y solo el décimo (10º) en todo el mundo.

Desde entonces, la aceptación a nivel nacional se afianzó cada vez más y las nuevas generaciones crecieron sabiendo que, tomaran la decisión que tomaran, no serían más juzgados legalmente por sus estilos de vida. Por supuesto que hubo movimientos en contra que buscaron frenar este avance social, pero la realidad es que, en décadas de debate, jamás lograron un lugar relevante para impedir la adaptación de la legislación local a la existencia de ese colectivo. Pocos piensan en por qué los espacios más conservadores “fallaron” en su tarea de impedir el crecimiento de esa minoría. Quizá sea por falta de organización, quizá por falta de influencia, por no saber comunicar o imponer agenda. Yo creo que hay un factor que se encuentra innato en el ADN de los argentinos, algo de lo que pocos quieren o eligen hablar públicamente. Algo que quizá está tan naturalizado que pocos se detienen a pensar.

Poco se dice del afecto corporal que solemos demostrar los unos a los otros cuando interactuamos. Incluso si la interacción es entre desconocidos, siempre vemos saludos con besos en la mejilla o abrazos, algo que en otras sociedades, tanto cercanas como lejanas, solo se ve entre mujeres o familiares directos. Es cuando ponemos el foco en el comportamiento de los hombres cuando más notamos este exagerado nivel de confianza que rápidamente se genera entre pares. Incluso las generaciones más antiguas de hombres, con el correr de los años, fueron adaptándose a esa forma de saludar a sus pares masculinos. Quizá no con besos, pero sí con abrazos. Un afecto corporal que parece hacerse irresistible cuando de hermandad entre amigos o conocidos se trata.

En parte, creo que esta costumbre nació también por la gran expansión de la cultura futbolera que tanto caracteriza a Argentina. Casi a modo ritual, hace largas décadas que el argentino promedio suele acudir a la cancha, juntarse a ver el partido en una casa o en algún club. Es en estas reuniones sociales donde, desde los inicios, se difundió la expresión de pasión por un club de fútbol. Una pasión tan fuerte que rápidamente se enlaza con la demostración de cariño entre hombres, sin llegar en lo absoluto a asuntos sexuales.

Es este el “caldo de cultivo” que, creo yo, forma las bases de la aceptación de la comunidad gay en la mayor parte de la sociedad. Ninguna generación de las últimas décadas se perdió de expresar el cariño de amistad entre sus pares, algo que en otros países, desde los inicios de la infancia, se tacha como “prohibido”, “indebido”, “indecente” o “repulsivo”. Niños que crecen en entornos donde, socialmente, son rechazadas las demostraciones de afecto entre personas del mismo sexo. Sobre todo entre hombres, porque, justamente a nivel histórico, siempre se consideró a las mujeres como “el sexo cariñoso” y, por ende, a quienes sí se les tolera las demostraciones de cariño con sus pares. Esta moral estricta en sociedades vecinas genera, a día de hoy, que miles y millones de personas con orientaciones sexuales distintas sigan escondidas, viviendo con miedo o vergüenza. Incluso hechos de violencia extrema suelen escucharse año tras año, en pleno 2025, contra este colectivo. En contraste, en Argentina son pocas las veces que suelen encontrarse situaciones graves de este estilo. Cuando suceden, casi siempre los agresores suelen chocarse con pares que repudian esa actitud de odio, sobre todo si se lo capta en público.

Si bien no se conocen datos precisos sobre el número de la población total, en Argentina se estima que el 10% de la población se identifica como integrante de este colectivo. Por obvias razones, difícilmente se pueda dar con el número preciso, pero lo cierto es que este porcentaje se ubica incluso por encima del promedio mundial (9%) y posiciona al país como uno de los más amistosos con la comunidad, junto a Brasil, Chile y Colombia. Pero este número solo contempla a quienes abiertamente se identifican como tal, ¿qué hay de quienes no lo comparten públicamente? Seamos sinceros: entre los menores de 40 años abundan historias de conocidos, amigos o familiares de los cuales, a lo largo de nuestra vida, nos enteramos de costumbres exclusivas de ese colectivo y que, por el motivo que sea, eligen no reconocerlo en público. ¿Qué podemos deducir de estos miles de casos que, incluso tras reconocer ciertos episodios, aún así eligen no identificarse como “gay”? Creo que la respuesta es más simple de lo que parece: hay una naturalización y aceptación generalizada sobre estos actos y estilos de vida. Una gran cantidad de hombres y mujeres no sienten la necesidad de etiquetarse públicamente. Es normal que uno u otro integre en su vida sexual y afectiva conductas que públicamente son asociadas al colectivo gay. Y no está para nada mal; por el contrario, deja en claro con qué valores la sociedad argentina cuenta: esos valores que hacen a esta sociedad tan especial y, en cierto punto, mucho más avanzada que otras.

Desde la expansión del mundo virtual, con redes sociales a la cabeza, año tras año la sociedad fue descubriendo y otorgándole fama a una enorme cantidad de influencers que, o “salían del clóset”, o compartían sus estilos de vida, ya sea difundiendo mensajes de tolerancia o simplemente contando sus experiencias. Parejas famosas como la de las youtubers Angie Velasco y Brisa Domínguez, Marti Benza y Luli González, o influencers independientes como Pablo Agustín, Alejo Igoa. Actrices como Maite Lanata o actores como Aníbal Pachano y Santiago Artemis. La lista es infinita, pero su popularidad también lo es. Lejos de ahuyentar al público, identificarse como personas LGBT más bien logra atraer más audiencia y aceptación en el mundo virtual y físico.

Por estas horas, la nueva dupla que causa furor es la de los streamers “Mernuel” y “Moski”, dos jóvenes de apenas 23 años que son señalados como posibles nuevas figuras del colectivo. Si bien ambos argumentan que se trata de un lazo de amistad, hay dos factores que responden al análisis que hago respecto a las relaciones cotidianas entre personas del mismo sexo. En primer lugar, el afecto corporal, las muestras de cariño físico constante, natural y espontáneo que se da entre amigos (hombres en este caso). En todo momento, en todos los fragmentos fílmicos vistos, se puede notar la naturalidad y complicidad que se da entre amigos cuando se demuestran afecto. Dejando las bromas sexuales de lado, es de destacar la ausencia de pudor al lanzarse a interactuar juntos en cámara, sabiendo que están expuestos a eventuales ridiculizaciones, burlas o acoso.

Durante más de un año, mucho tiempo antes de viralizarse en la forma que en estas semanas se están viralizando, jamás fueron foco de odio por parte de internautas. ¿Y por qué habría que considerar la opción de que sean puestos en la mira? Porque la audiencia para la que crean contenido es la “heterosexual”; una audiencia de adolescentes y jóvenes que comparten posteos relacionados a fútbol, videojuegos y alguna que otra influencer “sexy” del momento. Todas temáticas totalmente ajenas a lo homosexual o LGBT friendly. Entonces, acá traigo el segundo punto: los jóvenes heterosexuales que llevan meses e incluso años consumiendo a estos influencers jamás lanzaron una sola palabra de repudio hacia esas constantes muestras de cariño entre amigos, porque para ellos ese tipo de comportamiento es de lo más natural.

Es realmente sorprendente cómo frente a comportamientos que prejuiciosamente podrían ser catalogados como “gay”, son totalmente tomados con humor y buen ánimo por parte de jóvenes que no necesariamente se embanderan con el colectivo gay. Y sin tener que llegar a analizar casos mediáticos o públicos, también podemos llegar a la misma conclusión con casos particulares de jóvenes de la actualidad. Jóvenes que se reúnen en eventos, fiestas, boliches y que más de una vez, en forma sarcástica o no, terminan cometiendo actos característicos de la comunidad gay. Y lo toman con total normalidad, sin desesperarse por rendir explicaciones. Jóvenes que no tienen problemas en compartir camas con sus amigos, jóvenes que no tienen miedo de abrazar o besar en la mejilla como saludo a sus amigos. Jóvenes que a veces cuentan, hasta se lanzan a tener actos sexuales compartidos con personas de su mismo sexo.

Por supuesto, siempre está rondando por algún lado algún desquiciado, intolerante, que busca engendrar represalias frente a actos de cariño entre personas del mismo sexo. Los casos, cada ciertos años, se dan en aumento, pero no suelen desbarrancar del promedio. Es posible que en los últimos años, con un regreso del conservadurismo al poder, estos actos de odio hayan vuelto a crecer (de hecho, según estudios recientes, estos actos violentos se están repitiendo nuevamente), pero por el momento no estaríamos frente a una problemática seria como sí lo es en otros países, donde llega hasta asesinar personas por el solo hecho de no vivir como la mayoría vive.

Más allá del análisis que hago, también me veo en la obligación de mencionar la muchas veces descarada politización del movimiento LGBT. Entristece ver cómo toda esta revolución social de aceptación e inclusión generalizada ha comenzado a verse opacada por el accionar de agrupaciones progresistas y de izquierda, que han llevado a gran parte del movimiento gay local a militar por dirigentes políticos que ni siquiera forman parte del colectivo, dirigentes que terminan siendo muchas veces victimarios de la comunidad, sin que ellos lo vean. Imposición de consignas políticas, distorsión de ideas, discursos violentos, reclamos judiciales ajenos, situaciones insólitas que no hacen al movimiento. Todas herramientas discursivas y performativas que mezclan hechos con teorías casi conspiranoicas para abusar de la iniciativa activista de muchos integrantes del colectivo LGBT.

Año tras año son múltiples las denuncias en redes sobre banderas y panfletos políticos partidarios que son metidos por la fuerza en marchas y manifestaciones de la diversidad sexual. Y es a raíz de eso que cada vez son más las voces disidentes dentro del colectivo, que comienzan a expresar su rechazo a estas manifestaciones y su decepción respecto a dirigentes que venden la buena voluntad de sus compañeros al mejor postor de turno. Por eso, no es raro ver en estos años a cada vez más personas que se consideran parte del colectivo LGBT militando en partidos considerados “de derecha” o “conservadores”. Es tal el nivel de rechazo y repulsión que muchas organizaciones de izquierda generan que gente aliada termina militando en partidos que podrían considerarse opositores a su sistema de valores, con el único fin de ponerle un freno a los abusos de los esbirros del progresismo.

Por eso habitualmente en redes se ven posteos irónicos de militantes de izquierda cuestionando: “¿Por qué hay p**** que andan militando a Milei, sabiendo que es homofóbico?”. Se niegan a aceptarlo, no quieren ver que muchas personas homosexuales no están de acuerdo con sacrificar la lucha de años para entregársela al dirigente progresista de turno. Lejos de hacer una autocrítica, endurecen su posición y continúan expulsando personas que quieren celebrar el orgullo pero que no se arrodillan ante políticos oportunistas. Este exceso en la buena voluntad de las personas ocasiona divisiones innecesarias y refuerza los estereotipos de “machos” y “sometidos”.

Cabe preguntarse: si hasta ahora no hemos visto un movimiento social opositor que busque limitar o marginar a los homosexuales, ¿podremos llegar a verlo en un futuro? Las nuevas dirigencias políticas no parecen estar interesadas en emprender esta travesía compleja, no sé si por miedo o por no ver sentido en hacerlo. Me llama la atención que en un país donde siempre aparecen movimientos “anti” en respuesta a otro insurgente, en este caso, no haya aparecido hasta hoy uno que haga frente a la comunidad gay. Más allá de repudios aislados ocasionales por actos específicos que se dan en algún espacio público, no suele generarse ambientes de mayor rispidez social. Quizá el punto más cercano a algo así de conflictivo se dio hace unos años cuando se viralizaban imágenes de integrantes de la comunidad LGBT haciendo actos de exhibicionismo en la vía pública, o cuando agredían edificios religiosos, en plena ola de manifestaciones feministas. Pero no pasó más de un repudio generalizado de unos días. Los espacios políticos en Argentina parecen tener cierto consenso en algunas temáticas, por ejemplo, este, el de la comunidad gay. Sea por interés partidario o por conciencia social, la cuestión es que no expresan voluntad alguna de torcer este camino construido.

Más allá de eventuales tensiones, podemos concluir que son las costumbres históricas del argentino las que, en cierto modo, garantizan que la sociedad viva en armonía con la comunidad gay. Por encima de quien esté de acuerdo o no, la homosexualidad en Argentina parece haber creado un consenso social sobre el cual nadie se anima a pasar, no por miedo, sino por naturalidad. Creo que el argentino, sacando a los intolerantes, siente cierta comodidad con esta fluidez sexual porque, de una forma u otra, a la mayoría, a lo largo de sus vidas, les ha tocado experimentarla y no andan con rodeos a la hora de compartirlo. Sea por medio de bromas o anécdotas, siempre el tema está vigente. Son más las historias de “experimentación” que las de “traumas”. Por supuesto, no minimizo las tristes historias que muchos han tenido que atravesar para llegar a la libertad que hoy en día tienen, pero a nivel general, podemos afirmar que las nuevas generaciones de jóvenes gozan de privilegios y aceptaciones que antes no habían, y eso aporta de alguna forma a la construcción de felicidad de cualquier individuo argentino. Algo de lo que podemos estar realmente orgullosos.