EL EMPODERAMIENTO DE LA BESTIA

La embestida feroz de un viejo conocido. El gobierno atrapado entre ignorancia, miedo e incapacidad para combatir al Kirchnerismo.

Leonardo Franco

10/6/202515 min read

En el libro del Apocalipsis de San Juan, “La Bestia” aparece como una figura simbólica del mal absoluto y de la opresión terrenal. El apóstol Juan describe una bestia que emerge del mar, con diez cuernos y siete cabezas, a la que el dragón (símbolo de Satanás) le da poder, trono y autoridad. Esta criatura domina a las naciones, exige adoración y persigue a los fieles que no se someten a su marca. Históricamente, “La Bestia” representa al poder político totalitario y divinizado, que busca controlar no sólo los cuerpos, sino también las conciencias, castigando con la muerte, la tortura o el destierro a quienes se resisten a su culto. Todas estas definiciones parecen estar hoy en día más vigentes que nunca, en especial en este segundo año de gestión del gobierno de Milei. ¿Por qué el Kirchnerismo nuevamente impone agenda y tuerce el rumbo de otra gestión administrativa? ¿Qué hay detrás de este ciclón político que, cuando no está en el poder, siempre se posiciona como protagonista y destructor de quien lo enfrenta? ¿Por qué podemos denominar como Bestia a este fenómeno político y social?

2024 fue un año muy duro a nivel económico. El ajuste del gobierno tocó a todos los sectores de la sociedad y, para mediados de año, nos encontramos con números terroríficos e históricos. El consumo estaba frenado, los salarios derretidos y la expectativa pública estaba más al filo que nunca, porque era cuestión de pocos meses ver si esta nueva administración podía sacar a flote a un país sumergido en una hiperinflación y una miseria social. Los resultados fueron favorables: la inflación bajó drásticamente, los precios se estabilizaron, el tipo de cambio se congeló, algunos sectores de la economía comenzaron a crecer y los inversores empezaron a ver un panorama de mediano plazo positivo. A nivel político, el gobierno pudo instalar agenda y conseguir logros con la nueva gestión en seguridad y economía y, con esto, también tejer consensos partidarios para la aprobación de una buena cantidad de reformas legislativas. A nivel social, el orden público ganó centralidad ante los ojos de todos al ponerle un freno a la constante toma de calles de parte de agrupaciones de izquierda que tenían a los centros urbanos de todo el país casi tomados por rehén. A nivel económico, la nula intervención financiera y poca intervención monetaria demostró que, tras un sismo en los primeros meses, podía producirse una etapa de estabilización y, en algunos casos, reducción de precios de bienes y servicios. Con o sin la aprobación de todos los sectores de la sociedad, nadie podía discutir que había un principio de estabilización y un aparente punto de partida para un nuevo gobierno, uno “no peronista”, al menos. “NO PERONISTA” entre comillas y bien diferenciado, porque es muy discutible qué tan verdadera es esa afirmación.

Argentina tiene muchas particularidades; a nivel histórico la lista es infinita. Podríamos nombrar decenas de características, pero hay una en la que pocos piensan y que, lamentablemente, tiene mucho peso: la agenda electoral. Esta agenda tiene como principal característica la corta periodicidad y la extrema politización de cualquier paquete de reformas. Cada dos años hay una elección distinta, alternando entre la renovación del Congreso y la renovación del Poder Ejecutivo. La constante es siempre la misma: asume un gobierno nuevo, tiene como luna de miel el primer año y, ya para el segundo, comienza una batalla de propuestas para ganar terreno en el Congreso. Según el resultado, al tercer año aceleran con su plan de gobierno y, para el cuarto, se sumergen en una nueva campaña electoral para obtener una reelección o entregar el poder. Con el correr de los años, estas contiendas electorales se han vuelto cada vez más agresivas y abarcativas, reflejando a veces falsos escenarios de inestabilidad de cara a los mercados extranjeros, responsables de eventuales inversiones locales. Este tenso clima político-social cada vez profundiza más el fracaso de los proyectos de gobierno. Es como un péndulo en el que vamos de una punta a la otra, con caras distintas, con experimentos distintos, pero casi siempre mal ejecutados y, por supuesto, con pésimos resultados. A nivel económico podemos debatir muchas cosas, pero si vamos al análisis de los hechos, las medidas pocas veces varían entre gobierno y gobierno. Es más el show mediático por promesas de cambio que acciones reales, con bases sólidas, capaces de construir un sistema alternativo. Más allá de los resultados en esa área, hay un factor local que en la última década ganó protagonismo: la polarización ideológica. Un clima de grieta y confrontación moral constante que trasciende incluso religiones y que da lugar a un enorme desgaste institucional y crisis de representación. Este fenómeno afecta de forma generalizada a todos los partidos, al Congreso y al Poder Judicial. Se termina apelando directamente al liderazgo personalista (Milei, Cristina, etc.) y se deja de lado el debate sobre la reforma política real y la calidad democrática. Producto de estas confrontaciones, se da un desvío y un tratamiento pobre y parcial sobre temas como educación sexual, aborto, feminismo, derechos humanos, seguridad y libertad de expresión. Todo es politizado, todos los debates son impulsados por agendas partidarias que buscan solamente ganar influencia en la opinión pública. Pero estos debates muestran que hay un claro dominio de un sector de la política. Es un punto que, honestamente, aburre, pero que, lamentablemente, está más vigente que nunca: el bendito Kirchnerismo.

Expertos en desestabilizar e instalar agenda, hoy, en una nueva contienda electoral, el espacio encabezado por Cristina Kirchner, Axel Kicillof y Juan Grabois encabeza una nueva embestida política contra su oposición. ¿La víctima? La Libertad Avanza, partido gobernante, oficialismo nacional, por si algo pudiera valer más que eso. Con aparato presente en todas las áreas del país, el Kirchnerismo comenzó el año con actos de manifestación y proyectos parlamentarios relacionados con jubilaciones y financiamiento a distintas áreas del Estado. Como si fuera poco, también impuso una serie de sesiones en el Congreso capaces de invalidar los decretos establecidos por el Presidente de la Nación. ¿El objetivo? Ganar terreno en la opinión pública, mostrando una falsa sensibilidad y un falso interés por la recuperación de la economía. Todas esas áreas perjudicadas por el ajuste tienen la raíz de sus crisis en los gobiernos precedentes al actual: algunos de la gestión Fernández-Kirchner, otros de Macri y un buen par en las gestiones de Cristina desde 2007. Pero ¿qué mejor que exprimir al máximo la falta de memoria y conciencia de gran parte de la sociedad? Con un gran aparato mediático y un creciente dominio en redes, el Kirchnerismo logró nuevamente posicionarse como espacio mediador de conflictos. Titulares periodísticos, videos virales, entrevistas, manifestaciones en la vía pública, actos en las cámaras legislativas, actos con organismos internacionales. El combo perfecto para embestir contra cualquier proyecto político. Una receta vieja pero efectiva; si no, preguntémosle al PRO qué sucedió con el gobierno de Mauricio Macri.

Con la gestión de Juntos por el Cambio de 2015-2019, el Kirchnerismo probó su poder para desestabilizar a un gobierno. Obviamente contaba con las bases históricas del Peronismo para mantener vigentes sus banderas, pero ahora este nuevo régimen debía adaptarse a la época de las redes virtuales y los nuevos poderes regionales. El resultado fue magnífico: destruyeron toda la credibilidad del equipo técnico de Macri, lograron encender al máximo a su militancia, llevándola a asustar al gobierno con violentos actos y se presentaron en 2019 como la opción más viable para la población. A pesar de las maniobras sucias, el experimento fue exitoso. Habían consolidado su hegemonía nuevamente. Del otro lado, el gobierno saliente se vio serruchado no solamente por el Kirchnerismo, sino también por sus aliados integrantes de la coalición. A partir de entonces, se blanqueó una gran incompatibilidad de convicciones e ideales. Juntos por el Cambio no volvió a ser el mismo nunca más. La revisión de la mitad del sistema político comenzó a hacerse y, con internas feroces de por medio y una sociedad perdida y azotada por nuevas tragedias colectivas, la polarización se incrementó y dio lugar al surgimiento de una “derecha” más radicalizada, encabezada por Milei, Bullrich y Espert. Todo parecía ganar un nuevo tinte, el panorama para el “anti Kirchnerismo” parecía ser esperanzador: una dirigencia renovada, con propuestas más claras y con un discurso y una militancia más combativa, comenzó a ganar lugar en todo el país. Además de este reordenamiento ideológico, se empezaron a sentar bases entre la sociedad sobre temas que antes nunca se habían debatido de forma seria —la inflación, el Banco Central y el tamaño del Estado—, todos éxitos de Javier Milei. La posición era clara: un Estado mínimo y un mercado lo más libre posible para fundar las bases de un país que apunte al crecimiento real. Fue tal la consolidación de esta agenda que todos los espacios políticos debieron empezar a presentar alternativas o, cuanto menos, reconocer el fracaso de políticas que llevaban años. Adicional a esto, el anti Kirchnerismo contaba con el conocimiento de las tácticas sucias del Kirchnerismo para lograr torcerle el brazo a cualquier espacio o coalición opositora. Pero parece que esta ventaja no supo ser utilizada, fue subestimada o, peor aún, olvidada.

El final del gobierno anterior fue catastrófico: hiperinflación y niveles de pobreza que no se veían desde 2001. No había nada que pudiera salvar al Kirchnerismo de abandonar el poder. Así fue que llegó el gobierno Libertario, con una motosierra y una promesa estruendosa de “destruir a la casta política y sus vicios”. Todo una orquesta verbal que, cuando llegó la hora de implementarlo, empezó a mostrar sus dificultades (por no decir imposibilidades). Discursivamente, el discurso conquistó corazones. Como contracara, la dirigencia política debió inmolarse con mayor o menor razón. Uno podía entender que el nuevo espacio debía aprovechar al máximo la nueva oportunidad que Argentina le daba a un gobierno “no peronista”, pero con los números en mano, el nuevo equipo no tuvo mejor idea que comenzar a bastardear dirigentes de distintos espacios, incluso aliados. Meses de estresantes acuerdos para aprobar leyes debieron haber advertido al gobierno de que esa estrategia política agresiva tenía fecha de vencimiento. Pero no fue así: ellos siguieron con la misma metodología durante todo el primer año. Los meses corrieron y así comenzó a blanquearse que nada era más importante que la opinión de “el triángulo de hierro”: peleas con la vicepresidente Villarruel, la expulsión del jefe de gabinete Posse, de la canciller Diana Mondino, del titular de la ANSES, de Ramiro Marra y un gran etcétera. El plan de expandir La Libertad Avanza estaba en marcha, y quien quedó a cargo de esa tarea fue la mano derecha del presidente, Karina Milei. Armadora de nuevos equipos y fórmulas electorales para las provincias, Karina arrancó el 2025 con más derrotas que éxitos: rechazos de la militancia, despidos inesperados, traiciones a equipos de la primera ola; todo comenzó a ir cuesta abajo. El Gobierno creía que el alto nivel de popularidad y aprobación pública era garante de votos en todas las provincias donde presentaran batalla electoral, pero no se dio así. El Ejecutivo centró el protagonismo en la figura presidencial y no permitió el crecimiento propio de cada candidato en los distritos. Se agarraron de un solo triunfo, el de Capital Federal, para presumir de un dominio electoral que no tenían: una apropiación absurda de los votos que Juntos por el Cambio aportó al triunfo del ballotage de 2023. Esto y dejarse llevar por, irónicamente, las encuestadoras dejaron al gobierno casi al desnudo, exponiendo la debilidad política y la incapacidad para formar acuerdos. Del otro lado, aparatos partidarios enormes, capaces de movilizar militancia tanto para garantizar votos como para robarlos. Por otro lado, “el voto seguro” de la gente en las provincias garantizó el triunfo de opciones mayoritariamente “anti-mileistas”. Este combo explosivo vio su punto cúlmine en las elecciones provinciales de Buenos Aires, donde la derrota de Milei fue más fuerte de la que se esperaba: un envalentonamiento fundado en análisis erróneos.

Agosto de 2025 y un nuevo escándalo judicial mediático de grandes proporciones estalló. La señalada en este caso era la del núcleo del gobierno, la hermana del presidente. Acusada de cobro de coimas, Karina Milei fue expuesta por el amigo íntimo del presidente, Diego Spagnuolo, en supuestos audios donde detallaba el recorrido de esas maniobras ilícitas. Nuevamente, un entramado confeccionado y expuesto por el Kirchnerismo. A día de hoy, la justicia sigue investigando el caso y se esperan más definiciones para concluir qué grado de relación tiene la hermana del presidente con este escándalo. Este entramado vino acompañado de un cambio de actitud de parte del Gobierno: comenzaron a ceder en el dominio del orden público, profundizaron su actitud despectiva con dirigentes aliados de otros espacios y aumentaron las declaraciones rimbombantes de parte de funcionarios de alto rango, presumiendo de los logros de la administración y desacreditando las críticas. A esto se sumaron las denuncias de parte de la propia militancia Libertaria contra los punteros elegidos por la Secretaría de la Presidencia para gestionar el aparato electoral.

¿Por qué el gobierno eligió profundizar en las actitudes que ya hace tiempo se les venía criticando? Hay una fuerte posición desde adentro que expone que corregir algo es mostrar debilidad. Con esto, la profundización de otro rasgo que empezó a caracterizar a este gobierno: el de simular un Kirchnerismo de derecha. Agresivo, posesivo, frontal y “pragmático”, con herramientas de escasa calidad; todas aptitudes que, en su mayoría, son rechazadas por gran parte del electorado que lo llevó al triunfo presidencial. Llegó el día de las elecciones provinciales de Buenos Aires y, con los resultados expuestos, el gobierno prometió un giro a nivel político que demostrara un cambio de estrategia. Eso no sucedió: el gobierno se inmoló en la misma estrategia. En frente, el Kirchnerismo comenzó a mostrar su empoderamiento. El voto popular de la provincia más importante del país parece estar dándole un fuerte espaldarazo a la oposición actual. Con este protagonismo logrado, ¿por qué seguir cediendo lugar a un espacio que representa los peores valores democráticos de la actualidad? ¿Utilizar como slogan de campaña “Kirchnerismo Nunca Más” fue realmente una buena estrategia? En público no lo discuten, pero la creación del término “Riesgo Kuka” suena nuevamente a otra acusación que otorga poder y protagonismo a un espacio que se supone debe ser dejado atrás. El gobierno insiste con la rivalización constante, incluso con colectivos de menor escala, pero que responden a ese espacio. La conclusión hasta este punto es clara: los espacios políticos pelean por ver quién tiene mayor protagonismo ante las cámaras. Pero, ¿qué sucede dentro del Congreso? El Kirchnerismo mantiene su dominio e influencia. Hacen buen uso del exceso de descalificaciones provenientes del Ejecutivo hacia sus aliados, por ejemplo, cuando lograron invalidar los vetos presidenciales a las leyes de financiamiento universitario. Teniendo un escenario tan riesgoso, ¿por qué no elegir garantizar la relación cordial con aliados al gobierno y así limitar el poder de daño del Kirchnerismo? ¿Por qué ahondar en esa batalla partidaria con gente que, en grandes puntos, comparte miradas? ¿Qué interés de parte del oficialismo hay en destruir espacios que históricamente han trabajado para desbaratar los kioscos del Kirchnerismo? Quiero evitar entrar en teorías conspirativas, pero la cantidad de errores lleva a pensar que, si no hay una incapacidad política, hay una complicidad. Quizá no de los altos mandos del Poder Ejecutivo, pero sí de gran parte de los equipos. Por este lado también es que surgieron, en las últimas semanas, las disconformidades de parte de la militancia en cuestión del armado de listas: ex kirchneristas, massistas, peronistas desahuciados hace años, un rejunte de oportunistas que ven en La Libertad Avanza una chance de ganar un cargo público. El panorama es claro de cara a la sociedad, pero, por algún motivo, para el Ejecutivo esto no es así. ¿Pecan de ingenuos? Lo dudo mucho, pero atrocidades de este estilo parecen no encontrar freno. Por otro lado, una duda creciente entre varios sectores de la sociedad es la casi nula actividad administrativa de parte del oficialismo para aportar pruebas a posibles casos de corrupción cometidos por la gestión anterior. Si periodistas y equipos de investigación particulares a lo largo de los años han logrado hacer denuncias y armar carpetas con pruebas para la Justicia, ¿por qué a esta administración parecería que le cuesta tanto exponer los múltiples archivos que comprometen a ex funcionarios públicos? Nuevamente, debemos creer que pecan de inocentes o ineficiencia. Sinceramente, no sé qué posibilidad sea más grave.

Como si esto fuera poco, una nueva denuncia pública y judicial embiste al gobierno, esta vez apuntando a José Luis Espert, histórico referente del liberalismo local. Una acusación de financiamiento narco está llevando, por estas horas, a la estruendosa renuncia del dirigente a la candidatura nacional. Una semana llena de interpelaciones, escraches y entrevistas expulsa, una vez más, a un dirigente de La Libertad Avanza por los aires. ¿El Kirchnerismo? Victorioso nuevamente, esta vez representado por el resentido y oscuro Juan Grabois, quien sigue con denuncias por malversación de fondos públicos en la justicia. Conforme avanzaron los días, el gobierno poco a poco fue dejándose correr por la oposición y empezó a verse movimientos fuertes puertas adentro: primero Patricia Bullrich, luego Guillermo Francos, más tarde Adorni y, por si no fue poco, al finalizar la semana, una vez más Bullrich salió con declaraciones donde presionaba a Espert para “hacer más aclaraciones en los medios”. Si hacemos una lectura más profunda, no creo coincidencia que quienes más hayan apretado a Espert sean los mismos que mayor vínculo con Karina Milei tienen. Siempre fue de público conocimiento la mala mirada de la hermana del presidente para con José Luis y es hoy donde más se plasma esa teoría. A pesar del estrecho vínculo personal del presidente con el diputado, el profesor de economía terminó por anunciar su renuncia a la candidatura, declarando que “prioriza el bienestar del proyecto nacional del gobierno” antes que su situación personal. A oídos de la militancia, “un acto patriótico”; para el periodismo, “un digno acto de honestidad política”. Pero para el Kirchnerismo, “un bestial nuevo triunfo sobre el gobierno”. Ahora más que nunca, el gobierno se encuentra debilitado de cara a las próximas semanas de campaña, donde ya no compite por un triunfo marcado a nivel nacional, sino por una diferencia numérica que garantice ganar la mayor cantidad de legisladores, para así intentar frenar las futuras embestidas legislativas a los proyectos del Ejecutivo.

Otro factor que pocos tienen en cuenta es la repentina decisión de Juan Grabois de asegurarse un lugar en el Congreso. Repentina, porque hace años se sabe de sus ambiciones personales por llegar al Ejecutivo representando a una “izquierda peronista”. El primer experimento que probó en 2023 fue un fracaso colosal, arañando apenas el 5 % de los votos frente a su contrincante Sergio Massa. ¿Por qué este cambio de estrategia política? Quizá las denuncias por corrupción no sean tan falsas como él argumenta, quizá busque esconderse en los fueros legislativos por eventuales medidas judiciales en su contra. Lo cierto es que con esta elección, al ocupar solo el tercer lugar de la lista, ya se garantiza un lugar en el Congreso. Por eso también su rol tan protagónico a la hora de enfrentar a Milei. ¿Y qué hay de Cristina? Condenada, con tobillera electrónica y prisión domiciliaria, pasa sus semanas recibiendo visitas de toda índole: desde dirigentes internacionales hasta agrupaciones pequeñas de jóvenes. Todos permisos de los que ningún otro preso en Argentina goza. Cabe preguntarse, ¿qué sucede con el juez Jorge Gorini, quien estaría habilitando todos los permisos a la expresidenta? ¿Qué acuerdo hay que le garantiza a CFK tal nivel de libertad? La prisión no estaría siendo remedio alguno para Cristina porque sigue pudiendo hacer lo que se le antoja. Si esto no es una muestra de poder, ¿qué es entonces? ¿Por qué la militancia Libertaria y el Gobierno nacional insisten con afirmar que “el Kirchnerismo ya no tiene poder”? Imponen agenda, arman denuncias, copan los medios de comunicación, dirigen sesiones legislativas y judicialmente saltan los límites. Con todo esto presente, ¿qué es lo que la sociedad debe pensar y qué posición adoptar?

Es claro que la sociedad, en su mayoría, ya no quiere más la rivalidad política. Sea por fastidio o por desinterés, porque el alto nivel de ausencia en las urnas demuestra eso: una lejanía al compromiso ciudadano sobre la democracia. Si el gobierno insiste con las listas repletas de ex dirigentes kirchneristas y con estrategias político-comunicativas que orbitan a la existencia de ese espacio, ¿qué camino debemos tomar los que estamos afuera? ¿Qué sucede si el 26 de octubre el gobierno pierde las elecciones de forma estruendosa? ¿Puede el gobierno seguir hasta 2027 de pie? Regalarle el rol protagonico al Kirchnerismo esta costando caro y por inopoerancia o por soberbia, las victimas finales terminaremos siendo nuevamente los argentinos. La rosca politica sigue mas vigente que nunca y sus vicios parecen no haberse quedado afuera de este nuevo espacio politico. Nadie quiere hablar de estafa electoral, pero las señales son cada vez mas oscuras y las teorias conspirativas empiezan a ganar color conforme los meses corren. Todo parece indicar que la bestia, esta mas presente que nunca cumpliendo su rol. La de impedir gobernar, la que conquista todos los sectores de la sociedad. La que condiciona las voluntades incluso de los que se niegan. La mitologia habla de la Bestia como una criatura de cuerpo amorfo que se impone sobre el resto sin importar que, porque tiene la bendicion divina de Satanas y por ello, es capaz de condicionar la voluntad de cualquier rey, cualquier institucion. Cualquier similitud con la realidad puede NO ser coincidencia...